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l5 de enero de 1981: “Tienen que salir inmediatamente, los han asesinado, a todos”

No sólo es recordar las historia negra de Bolivia, sino asumir una postura crítica y reflexiva. La imagen recuerda la masacre de ocho dirigentes políticos de la calle Harrington en el gobierno defacto de Luis García Mesa. Foto: P7

Muchas historias negras pintan de gris la vida del boliviano, muchas de ellas se encuentran en la historia “no oficial” de la educación boliviana, proceso que hasta ahora no termina de asumir su responsabilidad de “educar para la democracia” y no para el libertinaje, sólo responde a “la ideología de los partidos que llegan al poder”. FondoNegro  

Adalid Contreras Baspineiro*

Un mal presentimiento.

Las nubes no dejaban ver el cielo y los árboles se mecían con un viento que hacía emerger sombras de seres caminando y alzando vuelo. No sabíamos si eran reales o imaginarios. Estaba raro el ambiente. “Tengo un mal presentimiento” —dijo Arcil— y, sigilosamente, con los ojos virando como radares y el olfato y los oídos aguzados, desandamos caminos. Prometimos encontrarnos en dos días en la casa detrás de la UMSA para la distribución de tareas.

Los pueblos caminan con la palabra. Al día siguiente, el sol se despertó tarde como queriendo que la noche prolongue sus horas y no llegue ese jueves l5 de enero de 1981.

Una sensación de indefinición que nunca pude explicar acompañó mis horas dedicadas a hacer seguimiento sobre los efectos de las medidas económicas impuestas por la dictadura. La vida en el país se hacía invivible no solo por el clima de terror en una sociedad donde se conculcaban todos los derechos y libertades, sino también por el alza de los costos de la canasta familiar, atentatorios contra la vida.

El proletariado minero, cuándo no, se atrevió a demandar incremento salarial

En contrapartida, como planta que brota de la tierra en medio de la tormenta, el periódico Aquí, junto con los volantes partidistas creativos, orientadores, inculcadores de vitalidad y convocantes a la rebelión, circulaban clandestinos en pocas manos, pero multiplicándose por miles y millones en las voces ciudadanas. La radio se las ingeniaba para alimentar las esperanzas con un cuento, con una canción, con un mensaje subliminal. La pretensión de acallar las voces era solo eso, pretensión, porque los pueblos caminan con la palabra.

No regresaron

Apenas amaneció nos dirigimos al local donde convinimos encontrarnos. Estábamos con un par de compañeros en inquieta espera cuando por sí sola cayó nuestra mensajera, la palomita de papel que teníamos pegada en la ventana y que nos señalaba el camino expedito cuando estaba puesta, y que, por el contrario, nos enseñaba el cambio de camino con su ausencia.

Se bajó sola. Fue el preludio de una voz que sonó del otro lado del teléfono alertándonos: “tienen que salir inmediatamente, los han asesinado, a todos”.

La palomita y la llamada fueron las encargadas de comunicarnos aquella noticia lacerante que nos partió el alma y nos hizo preguntarnos con vana incredulidad ¡¿por qué?!, ¿por qué ellos?, ¡¿por qué carajo?! Desde entonces me acompaña clavada en el pecho la estaca de tristeza que inundó ese espacio donde solíamos soñar juntos una Bolivia liberada.

Fue genocidio.

Fue un enfrentamiento de ideas contra metrallas y de dignidad contra miseria humana. Fue una masacre. Sin embargo, el certificado de defunción del forense escribió que las muertes fueron consecuencia de pulmonía. Y los comunicados oficiales circulaban la versión de un enfrentamiento armado. La mentira se destapó de inmediato, Gloria, la única sobreviviente dio la cara para testimoniar la verdad de los hechos.

La CIDH en informe del 25 de junio resolvió que se trató de violación al derecho a la vida, a la integridad personal y a la libertad. Años más tarde, el juicio de responsabilidades condena al dictador García Meza y sus colaboradores.

La lucha sigue.

El mundo ya no era el mismo. Con cada muerte provocada la dictadura se restó años de su vil existencia. Y con cada muerte los pueblos ganaron vidas de resistencia, de esperanzas y certezas de que otro mundo es posible.

En el cementerio estaban las compañeras de vida de los mártires, la Ruth, la Betina, la Olivia, la Gladiz…, firmes, dignas, seguras, altivas, tomando la posta con la grandeza de quien no quiere mostrarle a los dictadores la pena que desgarraba sus corazones. “La lucha sigue”, me dijo al oído una de ellas hablando por todas cuando me acerqué para que vean que no estaban solas. Imposible contener las lágrimas de un llanto interior que era un océano de tristeza y un torrente de fortaleza para no decaer, para continuar la tarea, para seguir en camino.

Ellas, sus compañeras, tuvieron que aprender a asumir la soledad sin que la sientan sus pequeños. O, mejor dicho, para que sientan que el vacío irreemplazable dejado por esos jóvenes, seres maravillosos, militantes inclaudicables y compañeros y padres ejemplares era un camino trazado para seguir andando. Ellas, y sus hijas y sus hijos, que alimentan la llama de la memoria con presencia eterna de Arcil, Artemio, Cristo, Gonzalo, Lucho, Pepe, Ramiro y Ricardo, son las mensajeras de la vida en unidad indestructible con los mártires de la democracia.

 (*)Adalid Contreras B. es sociólogo y comunicólogo

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