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historias de VIDA: Agito mi pañuelo blanco para decir adiós a un amigo…

Hugo Serrano, un comunicador comprometido con las luchas obreras. Foto: A. Alfaro/RRSS

En su Uncía tuvo sus primeros amigos, sus primeros amores y sus primeras broncas. Ya en esos años de juventud, mostraba su inclinación por la comunicación e hizo sus primeros pininos como locutor, gracias a su timbre de voz, en las radios del medio.

Por los años 70 queriendo cumplir el sueño de una digna profesión, se fue rumbo a Tarija, donde junto a un grupo de “paisanos” comenzó estudiando Odontología, al mismo tiempo trabajando en algunas emisoras chapacas.

El clima revolucionario de esos años, durante el gobierno de Juan José Torres, hizo que Hugo, igual que el grupo de universitarios mineros, no disimulen su pensamiento revolucionario en el seno de la Universidad chapaca y en su trabajo. Lamentablemente el golpe militar del Cnl. Hugo Banzer (Suarez) en 1971, echó por tierra, esos sueños. Hugo y sus demás compañeros fueron perseguidos y reducidos a la clandestinidad, algunos de ellos apresados, torturados y exiliados.

La Pio (XII) del pueblo…

El radialista minero, en una de sus faenas periodísticas. Foto: A. Alfaro/RRSS

Hugo, sí que sabía leer. Leía las noticias con convicción, les daba tonos positivos a las notas positivas y le ponía su tono de ironía a las mentiras que venían del frente de gobierno. La gente que escuchaba captaba la intención y entendía a donde se quería llegar. En ese tiempo las radios mineras estaban bajo vigilancia.

Los periodistas mineros, estaban en el ojo y oído de los militares Había un equipo (militar) y un estudio donde se monitoreaba y grababa todas las transmisiones de las radios, especialmente los informativos, pese a la libertad (de Prensa) siempre amenazada. Hugo y los compañeros de la radio decidieron seguir arriesgando el pellejo con el trabajo de la radio, lo hicieron hasta que el 15 de enero de 1975, el Cnl, Mario Vargas Salinas, Ministro de Trabajo de Banzer, encabezó la intervención a los campamentos mineros y a sus radios, entre ellas Radio Pio XII y Radio Llallagua.

Destrozaron y se llevaron equipos transmisores; robaron discos, grabadoras y otros instrumentos de trabajo. Allanaron viviendas, apresaron dirigentes, también a radialistas. Ni el P. Roberto Durette se salvó, fue violentamente sacado de su casa y dejado inconsciente en la calle ante la presencia de vecinos que reclamaron con decisión que lo dejen libre. Los interventores justificaron su intervención informando que, en visita previa al centro minero, se convencieron que había agitación en las minas y que las radios estaban promoviendo la subversión contra el gobierno.

Ese episodio de enero 1975, obligó a Hugo a la clandestinidad. Su domicilio fue allanado en reiteradas ocasiones. En otra ocasión fue salvajemente agredido por un militar con el respaldo de otros uniformados dispuestos a intervenir si Hugo reaccionaba.

Hugo, subversivo

Los programas conocidos como “promoción Urbana”, sin duda que eran tantos o más periodísticos que los boletines informativos, toda vez que, en esos programas de promoción, se investigaba, analizaba, informaban desde las fuentes y se debatía. Eso según los militares era subversivo. Hugo creía en el poder de la Radio, como medio para acompañar al pueblo en su búsqueda de desarrollo.

Junto a Juan Peñaranda, el S.J. Jaime Bartrolí y otros dinámicos vecinos diseñaron una radio para Uncía, hicieron los trámites y lograron ponerla en funcionamiento. Fue Radio Uncía al servicio de la capital de la provincia Bustillos.

Abandonados, sin seguro ni compensación

Al igual que Hugo Serrano, muchos radialistas mineros dejaron este mundo sin ninguna compensación. Foto: A. Alfaro/RRSS

Últimamente se formó una Asociación de ex trabajadores de las radios mineras para tramitar ante quienes corresponda, se hagan los aportes correspondientes para reconocer sus derechos a una digna jubilación y servicios de Salud, pero tampoco avanzó.

No me queda más que agitar mi pañuelito blanco…

“Compañero Cebollani”, como solíamos decirnos, a la hora que estoy terminando este intento de reseña tuya (15h30. 23/01/24), seguramente ya se cumplieron las ceremonias de velatorio, despedida y entierro, en el cementerio de tu entrañable Uncía.

No me queda más que agitar mi pañuelito blanco para decirte hasta pronto, amigo y compañero Hugo, cariñosamente “Cebollani”. Por si sea necesario, soy tu amigo y compañero Ernesto Miranda El Chayantaca, como me bautizaste.

    

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