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viernes, julio 5, 2024

Ariel, una historia de amargos caminos y una luz de esperanza, la familia…

LA TARDE EN QUE UNA INMENSA NUBE NEGRA CUBRIÓ EL CIELO PACEÑO Y CAYÓ EL PEOR DILUVIO DE SU HISTORIA, ARIEL VELASCO MIRABA CÓMO EL AGUA SE ACERCABA PELIGROSAMENTE A LOS ENCHUFES Y LAS INSTALACIONES ELÉCTRICAS DEL TALLER DONDE TRABAJABA. ESE FUE EL EMPLEO MÁS ESTABLE QUE TUVO EN SU VIDA

  • Ariel Velasco era ayudante de serigrafía en una empresa mediana fabricante de letreros luminosos en la zona de Obrajes en La Paz. Era la segunda vez que lo empleaban ahí dada su experiencia. La primera, allá por el año 1999, la empresa redujo personal y lo despacharon, y esta segunda, 2002, la crisis en el rubro nuevamente obligó al despido de personal. Claro que le pagaron todos sus beneficios y el tiempo que duró su estadía tuvo acceso a la seguridad social y hasta pudo gozar del subsidio a su flamante paternidad. Tenía 29 años, había quedado huérfano de madre al nacer, huérfano de padre a sus 7 años, y trabajaba desde esa temprana edad. Por si fuera poco, se casó tan enamorado que guardó un secreto sin pensar que éste crecería “como una bola de nieve” hasta acabar con él en un avión rumbo a España.

“Me daba miedo. Nunca había volado en avión”, dijo Ariel el día que hablamos en su casa. No fue de inmediato, Ariel quiso consultar antes con su familia, de modo que algunos días después estábamos todos sentados en la salita de su departamento en el mero centro paceño: Ariel, su esposa, su hija, su pequeño perro blanco y un gato silencioso.

Celso Velasco, papá de Ariel en Catavi, último de la derecha. Foto: Cecilia Lanza L.

Aquella vez, la voz de Ariel era casi inaudible, frágil como su cuerpo mismo, delgadísimo, la ropa ancha. Pero las apariencias son relativas, por ejemplo, dependen de las emociones. Así que poco después Ariel vino a mi casa para hacer algunos arreglos pues, entre múltiples oficios, él es albañil. Entonces conversamos a nuestras anchas durante días, y resulta que él y yo habíamos estado en Bilbao, España, casi al mismo tiempo y de pura casualidad.

Entonces, hablamos de Bilbao, los bocatas, los pintxos (sándwiches y bocaditos típicos del lugar), la Ría (el río que atraviesa la ciudad), los partidos de fútbol de los bolivianos en el barrio de Begoña, y entonces Ariel habla fuerte, sus ojos brillan, sonríe con todo el cuerpo, y el único momento en que vuelve a achicarse es cuando dice que no se quedó más tiempo en España porque extrañaba mucho a su familia.

Ariel es un hombre de familia. De ahí que nunca le molestó vivir con su suegro a quien siempre llamó “papá” porque el suyo le duró poco, y como tampoco conoció a su madre biológica, su madre siempre fue su tía Margarita, hermana de su papá, a quien ciertamente llama “mamá” y sus ojos claros se mojan.

Huérfano de padre y madre a temprana edad

  • UN CÍRCULO DE CUIDADOS NO SIEMPRE VIRTUOSO. PORQUE ARIEL DEJÓ LOS ESTUDIOS DE LADO IGUAL QUE SUS HERMANOS QUE, AL FIN Y AL CABO, ERAN PARA LA TÍA IRENE DEMASIADO PESO Y ACABARON VALIÉNDOSE POR SÍ MISMOS, SIN POSIBILIDADES DE ESTUDIAR
Cuatro de los hermanos Velasco, huérfanos a temprana edad. Ariel a la izquierda. Foto: Cecilia Lanza L.

Margarita, como tantas mujeres en Bolivia, crio a sus hijas sola. Ariel dice que nunca supo del esposo de su tía porque cuando él llegó a esa casa, Margarita ya tenía dos hijas que hoy son profesionales. Él, en cambio, no. Porque, así como Margarita tuvo que encargarse de él, Ariel también quedó a cargo del cuidado de ella por el resto de sus días por ser el hijo menor. La otra hermana de su papá, Irene, se encargó de los cuatro hermanos mayores de Ariel. Un círculo de cuidados no siempre virtuoso. Porque Ariel dejó los estudios de lado igual que sus hermanos que, al fin y al cabo, eran para la tía Irene demasiado peso y acabaron valiéndose por sí mismos, sin posibilidades de estudiar.

Cinco huérfanos frente al trabajo “familiar y social comunitario”

Todo comenzó en el centro minero de Catavi, en Potosí. Cinco niños de entre 16 años y el recién nacido Ariel quedaron huérfanos de madre. El padre no pudo solo, se dedicó a beber y beber, y poco a poco entregó a sus hijos al cuidado de sus hermanas, todas mujeres. Siete años más tarde murió a causa del alcohol. Celso, el papá de Ariel, de apenas 32 años, vivía entre el hospital y las parrandas.

“Uh, yo recuerdo que a la vez que trabajaba en el hospital, practicante de medicina, tenía su grupo musical, le encantaba tocar charango. Era muy bueno, yo le acompañaba a los lugares donde iba”, cuenta Ariel con entusiasmo. 

Celso (el papá de Ariel) estudiaba medicina y para sostener a su familia era ayudante en la cocina del mismo hospital. Con cinco hijos ya, y siendo muy joven, no era fácil pero todavía había esperanza de alcanzar un futuro mejor para su familia, siempre y cuando lograra culminar sus estudios. No fue así, pues su esposa murió, y entonces todo cambió para siempre dejando en claro cuántos pilares se necesitan para sostener un hogar de cinco hijos. Así fue como las hermanas de Celso: Irene y Margarita, terminaron haciéndose cargo de sus sobrinos.

Niños trabajadores (en Bolivia) desafían la prohibición del trabajo infantil

  • LOS CINCO HERMANOS VELASCO DAN FE DE TODOS LOS ARGUMENTOS QUE LLEVARON A BOLIVIA A PLANTEAR EN 2015, EN EL CÓDIGO DEL NIÑO, NIÑA Y ADOLESCENTE, LA REDUCCIÓN DE LA EDAD MÍNIMA PERMITIDA PARA EL TRABAJO INFANTIL, DE 14 A INCLUSIVE 10 AÑOS, PERO TAMBIÉN DAN FE DE QUE LA LEY ES PAPEL MOJADO

Los cuatro mayores se fueron con Irene, más para mirarlos de cerca que para criarlos porque ellos se criaron solos, entre hermanos. Nelson, el mayor, tuvo que aumentarse la edad para que pudieran emplearlo como mensajero en la empresa minera Catavi. Tenía apenas 16 años y en aquel tiempo, 1980, el Convenio 138 de la Oficina Internacional del Trabajo (OIT) estipulaba como edad mínima para el trabajo infantil, los 18 años de edad.

Así fue como Nelson se hizo cargo de la manutención de sus hermanos menores, aunque no era él quien administraba su dinero sino sus tutores, sus parientes. Y, claro, el dinero nunca era suficiente, así que por una parte ellos mismos trabajaban en casa de sus tíos “para ganarse el pan”, y unos años más tarde su hermana Zenaida se empleó como trabajadora del hogar.

Los cinco hermanos Velasco dan fe de prácticamente todos los argumentos que llevaron a Bolivia a plantear en 2015, en el Código del Niño, Niña y Adolescente, la reducción de la edad mínima permitida para el trabajo infantil, de 14 a inclusive 10 años, pero también dan fe de que la ley es papel mojado. Porque en Bolivia fueron los propios niños trabajadores quienes desafiaron la prohibición del trabajo infantil como único argumento de los organismos internacionales, y lucharon por su derecho (necesidad de) a trabajar a edad muy temprana, pero bajo la protección precisamente de todos sus derechos por parte del Estado, entre ellos el derecho a la educación.

Niñez trabajadora en Bolivia por los amargos caminos de Ariel. Imagen jMeCi

Los organismos internacionales echaron el grito al cielo, claro, pero al mismo tiempo se abrió un próspero debate que ponía en perspectiva la situación de pobreza de países como el nuestro y las razones por las que los niños ingresaban tan pronto al mercado laboral. Ciertamente lo hacían antes y lo hacen ahora, igualmente desprotegidos. Si no, en el caso de la familia Velasco, por ejemplo, al quedar huérfanos de padre y madre, ¿garantizaban sus parientes la protección de sus derechos, como el derecho de esos niños a la educación?, ¿recibieron ellos algún tipo de asistencia económica u otro tipo de socorro, bono o becas de estudio por parte del Estado? ¡No!.

En Bolivia los datos suelen ser obsoletos, pero nos dan alguna referencia; así, en 2016 la encuesta del Instituto Nacional de Estadística sobre el trabajo infantil mostraba que del total de 3 millones de niñ@s y adolescentes bolivianos de entre 5 y 17 años, más de 700 mil realizaba alguna actividad laboral, aproximadamente 300 mil menores de edad trabajaban y el resto realizaba algún trabajo en el “marco familiar y social comunitario”.

Hay que añadir que desde el año 2018 la ley boliviana volvió a cambiar y ahora permite a los niños-jóvenes trabajar sólo a partir de los 14 años, como en el resto del mundo. Si hay niños trabajadores menores de 14 años, éstos y sus empleadores infringen la ley.

Los Velasco infringían la ley, al mismo tiempo que las leyes que decían proteger sus derechos los dejaron en el olvido. Lo máximo que sucedió fue que Nelson, el hermano mayor de Ariel, de 16 años, alguna vez lo pescó vendiendo helados en la calle y lo riñó: “¡Qué estás haciendo, si yo trabajo para ustedes!”, le dijo, asumiendo ese rol paterno repentino, temprano e intermitente a lo largo de toda su vida, porque, así como ese niño-adulto hacía estudiar a sus hermanos menores, obviamente se desentendía de ellos.

Heladero, voceador de micro, ayudante en una flota

  • AL QUEDAR LOS VELASCO HUÉRFANOS DE PADRE Y MADRE ¿GARANTIZABAN SUS PARIENTES LA PROTECCIÓN DE SUS DERECHOS, COMO EL DERECHO DE ESOS NIÑOS A LA EDUCACIÓN?, ¿RECIBIERON ELLOS ALGÚN TIPO DE ASISTENCIA ECONÓMICA U OTRO TIPO DE SOCORRO, BONO O BECAS DE ESTUDIO POR PARTE DEL ESTADO? ¡NO!…
Mamá Margarita, se hizo cargo de Ariel, pero dejó los estudios. Foto: Cecilia Lanza L.

En todo caso, Ariel veía poco a su hermano mayor, pues vivía con su mamá Margarita en cuya casa realizaba todas las tareas domésticas, además de trabajar con ella en su pequeño negocio de venta de bebidas (ese trabajo infantil que el Estado reconoce dentro del “marco familiar y social comunitario”). Pero el día que un amiguito le ofreció vender helados en pequeñas conservadoras de plasto formo, Ariel no se negó y más bien aportaba feliz a la economía de su mamá Margarita. Tenía 8 o 9 años, asistía a la escuela, pero no perdía la ocasión de buscar cualquier trabajo. Así, pronto estuvo como voceador de micro (bus) y a sus 10 años ya era ayudante en una flota y viajaba desde las minas de Potosí hacia La Paz, Oruro y Cochabamba. Ariel dejó la escuela.

De todos los datos clave sobre trabajo doméstico y de cuidado, abandono escolar, desprotección de sus derechos, y otros, Ariel y sus hermanos los cumplen todos. En Bolivia, los niños y niñas realizan trabajos domésticos en uno de cada dos hogares; en dos de cada cinco apoyan a sus hermanos en las tareas de la escuela; en uno de cada diez cuidan a otra persona de su familia; en dos de cada diez trabajan en negocios familiares.

Ninguno logró una profesión salvo Zenaida, la tercera, que acabó la carrera de enfermería y hasta hoy es el motor de la familia. Ariel y su hermano José, los dos menores, abandonaron los estudios como hacen muchos jóvenes, aunque por fortuna cada vez menos (8% en 2002, 4% en 2014, 2% en 2020). Entre el trabajo, el estudio y el hambre, Ariel y José optaron por resolver esto último a plan de trabajo, aunque tuvieran que caminar kilómetros de kilómetros.

La vida en kilómetros

  • EN BOLIVIA, LOS NIÑOS Y NIÑAS REALIZAN TRABAJOS DOMÉSTICOS EN UNO DE CADA DOS HOGARES; EN DOS DE CADA CINCO APOYAN A SUS HERMANOS EN LAS TAREAS DE LA ESCUELA; EN UNO DE CADA DIEZ CUIDAN A OTRA PERSONA DE SU FAMILIA; EN DOS DE CADA DIEZ TRABAJAN EN NEGOCIOS FAMILIARES

Desde Río Seco, en El Alto –esto es más allá de la última estación del Teleférico Azul–, hasta Obrajes, a pie. 24 kilómetros. Casi media maratón caminando entre su casa y su trabajo en el taller de serigrafía. Cada que Ariel cuenta esto, abre sus ojos moviendo la cabeza, rapidito de arriba abajo, en señal de sorpresa de sí mismo. Aunque eso de caminar mucho comenzó desde temprano, digamos desde siempre, porque ni bien se fue a vivir con su mamá Margarita, a sus 7 años, Ariel recorría grandes distancias cargando pesados recipientes de chicha que llevaban a vender en la feria de ganado de Catavi, “con eso nos solventábamos”, dice.

“O sea, ni siquiera se trata de querer, se trata de que, si quieres un trabajo, mínimo necesitas ser bachiller, mínimo necesitas estudio”.

Por eso, para Ariel, caminar mucho no es raro…

(…) con razón el día que vino a casa tardó unas buenas horas; de minibús en minibús desde el centro de la ciudad, subió, bajó, buscó, llamó, hasta que finalmente llegó; entre otras cosas, había caminado un kilómetro de avenida empinada, como si nada. “Me gusta caminar”, repite animado porque así se conoce mejor la ciudad, asegura recordando las veces que hace muchos años venía –a pie– desde quién sabe dónde hasta la cancha del club The Strongest en Achumani, a jugar fútbol con sus compañeros de trabajo en una conocida empresa de lácteos. Ese fue un empleo estable, pero con una paga miserable por un trabajo que acababa a las 2 de la madrugada y comenzaba tres horas después. “Era inhumano”. Su dosis de sacrificio bastaba y sobraba con sus largas caminatas a las que finalmente les agarró el gusto.

Anita, su sobrina, que es quien propuso contar esta historia, no deja de sorprenderse por cuánto andaba y anda su tío. Él intentó terminar el colegio en el CEMA, pero ir a pie desde su casa hasta la escuela, kilómetros de kilómetros, además del trabajo que conseguía, era imposible. Por eso dejó los estudios. “¿Te imaginas?, desde niños han tenido que valerse por sí mismos, sin apoyo. O sea, ni siquiera se trata de querer, se trata de que, si quieres un trabajo, mínimo necesitas ser bachiller, mínimo necesitas estudio”.

El oficio al modo suizo

  • AQUÍ, EN CAMBIO, DESARROLLAMOS ESOS OFICIOS SIN FORMACIÓN, A PURO OJO, A PURA TRADICIÓN FAMILIAR, A PURA PRÁCTICA. EJERCEMOS PLENAMENTE NUESTRA METAFÍSICA POPULAR: FORMAMOS EXPERTOS SIN FORMACIÓN, PURA EXPERIENCIA. DE AHÍ QUE UN MAESTRO ALBAÑIL SEA EN LA PRÁCTICA NUESTRO MEJOR ARQUITECTO

Han pasado algunos días desde que visité a Ariel en su casa, es temprano por la mañana y ahora mismo escucho en la radio a un representante del gobierno suizo en Bolivia que explica la importancia de la formación técnica. Siendo éste un país con tanto emprendimiento, podría suceder como en Suiza –dice– donde el motor del desarrollo, la fuerza laboral, se concentra en formar expertos, técnicos especialistas en asuntos muy concretos.

Efectivamente, así como hay médicos e ingenieros, en Suiza es frecuente escuchar que fulanito “es jardinero” especialista en, digamos, tala de árboles. Es decir, hay expertos profesionales técnicos en los oficios menos pensados para nosotros, pero absolutamente cotidianos: jardineros, carpinteros, herreros, agrónomos o electricistas, absolutamente profesionales como lo es, por ejemplo, un gran ingeniero. Aquí, en cambio, desarrollamos esos oficios sin formación, a puro ojo, a pura tradición familiar, a pura práctica. Ejercemos plenamente nuestra metafísica popular: formamos expertos sin formación, pura experiencia. De ahí que un maestro albañil sea en la práctica nuestro mejor arquitecto.

Ariel, el pintor. Foto: Cecilia Lanza L.

Mientras pienso en la posibilidad de ese motor suizo para nuestro país, Ariel ya está en casa. Ha llegado apurado luego de, por supuesto, caminar largo. Va a pintar algunas paredes. Se cambia y arranca.

A España por amor

Se revela entonces la razón de su partida a España, que no difiere mucho de gran parte de las historias de migración. Ariel se fue en busca de trabajo porque tenía una deuda que crecía sin parar.  Se había casado muy enamorado de una mujer que para su papá –futuro suegro de Ariel– nada era suficiente. Así que quiso una fiesta de matrimonio cabal, nada excesivo más bien modesto, pero las cuentas no salieron y esa deuda creció hasta hacerse insostenible. En Bolivia ni había trabajo ni la paga era suficiente, así que migrar a España en busca de empleo fue la opción.

Una cuñada jaló a toda la parentela, de modo que cuando Ariel decidió viajar ya era todo un familión el que se marchaba y el que los esperaba en Bilbao, en el País Vasco. Allí se fueron cuatro de los cinco hermanos Velasco.

Cuando Ariel se fue, el año 2005, España vivía el pico de la migración boliviana. En 2001, según registra el Padrón Municipal de Habitantes español, había sólo 6.619 ciudadanos bolivianos. En 2005, en cambio, se contaron 97.497, una cifra que crecía y sumaba 40.000 personas cada año. Las razones apuntaban a la crisis económica en Bolivia, la falta de empleo, la política respecto de los Estados Unidos y el cierre de fronteras en los países donde los bolivianos habían migrado tradicionalmente: Argentina, Estados Unidos, Brasil y Chile. Pero también a las condiciones tolerantes para la migración en España que, sin embargo, precisamente por esa misma razón comenzaron a cambiar.

Sin trabajo en Bolivia, migrar a España en busca de empleo

  • ARIEL QUISO UNA FIESTA DE MATRIMONIO CABAL, NADA EXCESIVO, MÁS BIEN MODESTO, PERO LAS CUENTAS NO SALIERON Y ESA DEUDA CRECIÓ HASTA HACERSE INSOSTENIBLE. EN BOLIVIA NI HABÍA TRABAJO NI LA PAGA ERA SUFICIENTE, ASÍ QUE MIGRAR A ESPAÑA EN BUSCA DE EMPLEO FUE LA OPCIÓN

“Mi hermana al mes consiguió trabajo de empleada doméstica, cama adentro, le convenía. Para las mujeres había nomás trabajo, conseguías más rápido; de limpieza… cuidadora de personas mayores…, pero para el varón era más complicado. Pero al cuarto mes, como mi hermano ya trabajaba ahí, ya conocía. Uno de sus amigos iba a retornar a Bolivia, tenía cinco hijos que estaban a cargo de sus papás y se portaban mal así que decidió retornar. Su mujer se quedó, él volvió y me dejó su lugar. Pintor”.

Seis años vivió Ariel en Bilbao. Al principio trabajó sin documentos suficientes, pero finalmente obtuvo permiso laboral. Si se quedaba dos o tres años más, accedía a la residencia. Durante ese tiempo envió dinero a su familia, no mucho, pero alcanzó para pagar su deuda y para un modesto anticrético en La Paz.

Durante esos años Bolivia recibía, por ejemplo, en 2007, $us 1.020 millones en remesas desde el exterior, la mayoría (40%) desde España (datos del Banco Central). Desde el año 2008 la situación económica en España comenzó a declinar, las remesas disminuyeron drásticamente y muchos compatriotas se plantearon la posibilidad de volver. Ariel vino de visita al cabo de cinco años y eso fue suficiente para saber que vivir junto a su familia era su prioridad.

Ariel, y la esperanza de un mejor futuro para su hija. Foto: Cecilia Lanza L.

Su hija, ya adolescente, casi no lo reconocía y él se había perdido verla crecer. Eso es lo que más les pesa a los tres. De modo que Ariel volvió definitivamente. Vivir juntos nuevamente tampoco fue fácil pues tanta ausencia pone a prueba hasta al amor más grande. Pero Ariel y su familia lo lograron. Ahora mismo se miran enamorados y recordar toda una vida de carencias, de aquella vez que vendieron ropa usada en El Alto, de aquella vez que vendieron tucumanas en la calle…, parece fortalecerlos: “amor”, “vida”, se dicen el uno al otro.

Lo único que esperan ahora es que su hija pueda estudiar. De ahorro o jubilación, ni hablar. Ariel y su familia viven al día, y al igual que ocho de cada diez ciudadanos bolivianos trabajadores, no tienen ni estabilidad laboral ni protección social (AFP y salud).  Por eso la posibilidad de volver a migrar, esta vez a Argentina, ha vuelto a rondar. Esta vez será su esposa quien vaya por delante. Mientras, Ariel está en busca de un taxi para trabajar y sortear con la frente en alto las tormentas del destino.

  • Este texto es parte del proyecto “Trabajo, empleo, chamba, Trayectorias laborales en Bolivia” elaborado por RascaCielos con el apoyo del Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario CEDLA…
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